Los antiguos tenían una sentencia para tratar de explicar el significado del nombre propio: "nomen omen" ("el nombre es una profecía"). Con ello se quería decir que si uno se llamaba Quinto se debía a que era el quinto hijo de la familia, por ejemplo.
En nuestra sociedad la razón de poner los nombres cambia con el tiempo: ancestros (como es mi caso), famosos, nombres legendarios de películas y novelas, etc. Pero el sentido que puede tener la sentencia clásica en nuestro mundo es otro. Si por ejemplo conoces a una chica que se llama Esther (con th) no significa que sea la reina Ester de la Biblia, enfrentada al rey Asuero (Jerjes, rey de Persia). Es evidente que no, pero si da un signo ("omen") de con quien estás tratando: en este caso con una persona religiosa, que puede no ser judía. Pero en cualquier caso, ordenar todo el santoral y el nomenclator es tarea imposible, porque todos los nombres no cuadran.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario