En el siglo XVI el humanista holandés Erasmo de Rotterdam recorría toda Europa a caballo en busca de un entendimiento de los nacientes estados nacionales. Para ello visitaba embajadas, hablaba con otros humanistas europeos, como Tomás Moro, y publicaba muchas obras de difusión de las humanidades en latín. Le interesaban todos los campos: el teatro, la religión, la política, la educación...
Hoy hemos de tomar a Erasmo como ejemplo de humanista que supo entender ese espíritu universalista que está presente en la cumbre del G-20 y que trata de dar una orientación única a las diferentes políticas del planeta. Ahora no hablamos sólo de Europa, porque entran en juego países milenarios como China o Japón, cuyas aportaciones al espíritu occidental no podemos obviar. Sin embargo, todavía quedan muchos planes de estudio universitarios que no incluyen las lenguas clásicas en su currículo. Los filólogos ingleses ya no tienen que aprender latín y los historiadores lo tienen como optativa. Sin embargo, los frutos los vemos dónde menos no lo esperamos. Una alumna que quiere estudiar el año que viene Historia del Arte me dijo que cogería como optativa griego. No hay otra forma de acceder al clasicismo.
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