Me ocurre alguna vez estar en clase traduciendo del griego o del latín y no entienden los alumnos lo que estás diciendo. Recuerdo la palabra "pretexto", ignota para un chico de 18 años, mientras que para nosotros era de lo más usual. Se abre entonces un abismo generacional entre el maestro y el personal, que a veces resulta insalvable: esas palabras arcanas que solo entendemos las personas cultas.
Pero las lenguas clásicas sirven precisamente para eso: aprender vocabulario y ejercitarse en el uso correcto de las palabras. Los chavales en realidad lo agradecen, aunque la primera percepción del profesor sea de incomprensión. Ad Parnassum.
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